miércoles, 29 de marzo de 2017

El Castillo de San Felipe

La necesidad cada vez más acuciante de abastecimiento que empezó a experimentar la Isla de Tenerife, motivada por el rápido crecimiento de su población a lo largo de los siglos XVI y XVII, la casi total dependencia del exterior para su abastecimiento, la fragmentación del territorio canario en siete islas y, junto a todo ello, la carencia pronunciada de adecuadas comunicaciones terrestres, motivó que el transporte marítimo cobrase especial relevancia durante los siglos XVI, XVII, XVIII y  gran parte del XIX.
Por esta razón, los lugares que se encontraban en la costa norte de Tenerife, que era además la más poblada de la isla, se convirtieron casi inmediatamente después de la conquista por los castellanos, en centros importantes para la carga hacia el exterior de la producción azucarera y asimismo, de descarga de diversos productos que llegaban a la isla fundamentalmente, desde los continentes europeo y americano. Este comercio se realizaba por vía marítima, incluso entre los diversos lugares de la propia Isla de Tenerife, por la casi total ausencia de adecuadas comunicaciones terrestres.
Entre esos lugares destacó sobremanera el puerto de Garachico a lo largo del siglo XVI y gran parte del XVII, y posteriormente, antes de la erupción que sepultó el puerto de Garachico, y con más razón después de ella por razones obvias, el Puerto de Cruz de la Orotava o Puerto de la Orotava, se convirtió en el principal lugar por donde salían la mayor parte de los productos producidos en la isla, tales como el azúcar y la vid, a la par que también llegaban todos los productos necesarios para la subsistencia y el mantenimiento económico de la isla.
A medida que el Puerto de la Cruz se fue desarrollando como lugar importante por donde se efectuaban junto con el puerto de Garachico, una gran parte del comercio exterior de la isla, se fue convirtiendo en presa apetecida para los corsarios, pues por sus aguas entraban y salían una gran parte de las mercaderías que llegaban principalmente desde Europa y en menor proporción desde América o el Nuevo Mundo, denominación que por entonces se daba al continente americano, junto con la pequeña proporción que provenía de África, fundamental el mercado de esclavos y la pesca.
Todo ello motivó que la costa norte de la Isla de Tenerife se convirtiese en un lugar muy visitado por los piratas y corsarios de la época, que trataban con sus ataques de hacerse con las valiosas mercancías que salían y llegaban a la isla y ante esta amenaza casi constante, se hizo completamente necesario fortificar los puertos por donde tenía lugar la mayor parte del tráfico marítimo.
Las fortificaciones de la costa portuense
En base al comentario anterior, se comprende que bien pronto se planteó la necesidad de construir algunas plataformas defensivas para la defensa de la costa y evidentemente, los primeros lugares a defender fueron aquellos que se utilizaron como embarcaderos para las operaciones de carga y descarga, pues por razones obvias eran las más apetecidas para el ataque de los corsarios, para tratar de hacerse con los valiosos productos que se hallaban en estos lugares.
Tenemos noticias de que a mediados del siglo XVI, los vecinos de la comarca de La Orotava trataron de asegurar el importante desembarcadero de su puerto, el por entonces llamado Puerto de la Orotava y como evidencia se puede citar una Real Cédula de once de septiembre de 1544, que autorizaba al Cabildo de la Tenerife para recaudar cuatro mil ducados que debían ser invertidos en diversas obras de fortificación de diferentes lugares de la isla, señalándose desde época tan lejana el Puerto de la Orotava como uno de los más necesitados de defensa.
Existe constancia de que a finales del siglo XVI, concretamente en 1553, a raíz del desembarco del pirata nombrado “Pie de Palo” en la isla de La Palma, el Cabildo tinerfeño envió a Juan Benítez de las Cuevas a la Corte de España, con diversos encargos, uno de los cuales era considerado por el citado Cabildo como muy perentorio, pues se trataba de velar y asegurar la fortificación conjunta de los principales puertos de la isla, a saber, Garachico, Puerto de la Orotava y Santa Cruz [1].
Según diversos autores, los primeros intentos de dotar a la Caleta del Puerto de la Orotava de alguna fortificación sólida y estable datan de 1588, a raíz de la visita que el ingeniero Leonardo Torrani (1560-1628) [2] hizo al lugar de Puerto de la Orotava, que por entonces no estaba excesivamente poblado y desarrollado, proponiendo que para defender esta Caleta se debían emplazar  en élla cuatro culebrinas [3], cuyo coste estimó en 22.000 reales [4].
      Leonardo Torriani (1560-1628), ingeniero militar.
Años más tarde, concretamente en 1599, llegó a la Isla de Tenerife D. Alonso Pacheco, quien en su calidad de visitador militar examinó las costas del Puerto de la Orotava, aconsejando al término de su visita que lo más conveniente era que se hiciese un cubelo [5] entre la Caleta del Burgado y la Caleta del Puerto, pero de esta visita hablaremos con mayor extensión en el apartado dedicado al Castillo de San Felipe.
A pesar de los informes a los que he hecho alusión en los apartados anteriores, conviene señalar para evitar malos entendidos, que durante mucho tiempo no se dio un solo paso para llevar a cabo la repetidamente recomendada fortificación del Puerto de la Cruz de la Orotava.
Las primeras noticias, no muy detalladas, de la construcción de lo que podríamos llamar rudimentarias fortificaciones, entendiendo por tales baluartes, parapetos, trincheras, etc., datan de 1604, momento en el que según parece se levantaron plataformas dotadas de artillería por parte del regidor orotavense Antonio Lutzardo de Franchi y de su hijo Juan Francisco Lutzardo de Franchi, cuya instalación permitió rechazar en 1605 a nueve grandes navíos holandeses, que habían intentado apoderarse de una carabela, que estaba surta en el Puerto Viejo, lugar que a pesar de ser usado como desembarcadero, no estaba dotado de defensas de artillería, a pesar de las recomendaciones de los visitadores militares que había aconsejado su instalación.
En el año de 1611, mientras estaban surtos en el Limpio Grande, ocho navíos fueron atacados por un pirata inglés que con cinco navíos fuertes, llegó a tomar algunos de los que estaban anclados en el citado Limpio. Los restantes navíos, tratando de huir del ataque, se hicieron a la mar, llegando unos al Puerto Viejo, otros al Pesquero del Rey y algunos, hasta la Costa de Martiánez. Durante tres días la invasión fue defendida desde tierra, utilizando para el ataque la artillería que habían tomado de uno de los navíos ingleses, que en su huída había embarrancado en la Playa de Martiánez [6].
Señalaré finalmente, que el 16 de noviembre de 1628, Francisco Suárez de Lugo y Ponte hizo una información ante Diego de Alvarado, Gobernador de Tenerife, de la que dio fe el escribano del Puerto de la Cruz Rodrigo de Vera, justificando en ella que había construido a su costa las murallas y trincheras del Puerto de la Cruz, reparando asimismo las piezas de artillería en estaban emplazadas en éllas y haber abierto picando entre las rocas de la playa, la zona que luego fue utilizada como puerto [7]. No obstante, el historiador A. Rumeu de Armas comenta que sin prejuzgar la falsedad de la anterior información, conviene no olvidar que muchas de ellas, eran exageradas o amañadas, en el sentido de que no eran los presuntos informadores quienes se hacían cargo de costear las citadas obras, sino que en muchas ocasiones éstas se llevaban a cabo con la ayuda económica de los propios vecinos, lo que en algunos de estos informes no era citado, para realzar más la importancia de lo realizado y atribuirse así la mayor parte del mérito, esperando con ello obtener prebendas y honores por sus desvelos.
Después de estos comentarios de carácter general acerca de los primeros momentos de las fortificaciones de nuestro pueblo, pasaré a describir con cierto detalle, la más importante fortificación defensiva que se construyó en nuestra actual ciudad, es decir el llamado Castillo de San Felipe.
El Castillo de San Felipe hasta el siglo XIX
          La descripción del Castillo de San Felipe la haré tomando como base el libro, Apuntes para la Historia de las Antiguas Fortificaciones de Canarias, escrito por el Coronel José María Pinto de la Rosa y editado en 1996 por el Museo Militar de Canarias, corriendo la edición a cargo del coronel Juan Tous Meliá, que por entonces era Director del citado Museo [4]. 
Comenzaré citando que el 13 de febrero de 1599, D. Alonso Pacheco [8], visitador militar de Felipe II, en su visita a la Isla de Tenerife se presentó en el por entones llamado Puerto y Caleta del Lugar de la Orotava, asistido del por entones Gobernador de la isla Hernando de Cañizares, y de los Regidores Francisco Pérez de Victoria y Juan Luzardo y de los Maestros de Albañilería Francisco de Acevedo, Rui Pérez y Manuel Morín y después de haber examinado el lugar en compañía de los citados anteriormente, el escribano dio fe de que “quedó de acuerdo en que se hiciese un cubelo en una montaña larga que está junto al dicho Puerto y Caleta, la cual se halla entre la Caleta del Burgado y la Caleta del Puerto.. Se acordó que se hiciese un cubelo, de 50 palmos de alto y 30 pies de hueco. Se acordó que se hiciese de piedra, cal y argamasa, con cuatro troneras de cantería y que tuviese dos sobrados con vigas fuertes y recias, así con un baluarte alrededor para que el él pudiese jugar una pieza...”  He reducido el contenido de la escritura realizada por el escribano Francisco de la Rosa a lo fundamental, escribiéndolo en el lenguaje habitual, para su mejor entendimiento, pues en citado libro de José María Pinto de la Rosa aparece transcrito en castellano antiguo y ello dificulta la lectura a los no acostumbrados [4, p. 611]. 
 Acordaron igualmente y así lo hizo constar el escribano citado, que sería muy conveniente armar al puerto de este lugar con seis sacres [9] de bronce y seis de hierro, calculando los albañiles que acompañaban la visita, que el coste total de toda la obra sería de aproximadamente 1500 doblas [10].    
                             Perspectiva del Castillo de San Felipe.
La fortaleza prevista era de forma poligonal, concretamente pentagonal, con una superficie de 370 m2, que por el norte, sur y oeste lindaba con la playa, mientras que por el este se encontraba lindante con los arrecifes de la playa. Poseía un parapeto de mampostería y en la gola [11] existía una construcción ordinaria de dos plantas, así como un foso y un puente levadizo. A espaldas de la gola existía un muro de atrincheramiento que ha desaparecido totalmente.
A continuación muestro los planos del Castillo de San Felipe elaborados en 1792 por el ingeniero Luis Marquelli. En el primero se muestra la planta y en el segundo, se muestra el perfil del Castillo, pues aunque éste está incluido en el anterior, por su tamaño es difícil de apreciar.   
                                         Plano del Castillo de San Felipe. Luis Marquelli. 1792

 Perfil del Castillo de San Felipe. Luis Marquelli. 1792
A continuación muestro una fotografía en la que se aprecia fácilmente la planta pentagonal de la fortaleza en cuestión.
      Castillo de San Felipe, con su planta pentagonal. Autor anónimo.
En su segunda planta, el castillo tenía un alojamiento de 76,49 m2, capaz para albergar unos 35 hombres y el repuesto de la pólvora se hallaba en la planta baja, adosado al muro de gola y al flanco izquierdo, con 14,30 m2 y con un volumen de 34,32 m3 de capacidad.
El castillo poseía dos cañones que jugaban en una sola explanada y con carácter general, puede decirse que su situación era muy ventajosa, aunque se hallaba muy batido por el mar, especialmente en los tiempos del norte o noreste.
En las fotografías siguientes se aprecia el estado deplorable en que se encontraba el Castillo de San Felipe a mediados del siglo XIX, y en la esquina de la izquierda se divisa uno de los cañones que defendían el llamado Limpio Grande de los posibles ataques de las flotas enemigas, particularmente de la armada inglesa, pues durante el siglo XVII España estuvo varios periodos en guerra con Inglaterra. 
Castillo de San Felipe en estado ruinoso. Primeras décadas del siglo XX. Autor anónimo
Castillo de San Felipe en deplorable estado de conservación. A la izquierda 
                                       se ve uno de los cañones.  Autor anónimo
          En esta otra imagen tomada en 1950, ya se aprecia la restauración del edificio, y la fotografía fue hecha durante la visita del Embajador de Brasil al Puerto de la Cruz. En ella se ve mucho mejor que en la anterior, la situación de uno de los cañones con que estaba artillado el castillo.
Explanada del Castillo de San Felipe, con uno de los cañones. 1950. Autor anónimo.
El capitán Juan de Ribera comisionó el 7 de febrero de 1630 a Francisco Xuárez de Lugo, para llevar a cabo la fábrica del Castillo de San Felipe. En el acta correspondiente al Cabildo de 13 de julio de 1657, consta que el Capitán y Regidor  D. Francisco Xuárez de Lugo, expuso que tres años antes había mandado el Comandante General Dávila Guzmán, levantar un castillo en el Puerto Viejo de La Orotava y que le había expedido el título de Castellano del citado castillo. Consta que por tratarse de una obra nueva, le faltaban todos los pertrechos necesarios para su defensa, lo que hacía saber a la Corporación, la cual le contestó que al Cabildo sólo le correspondía dotar de munición a sus propios castillos, concretamente el de San Cristóbal y San Juan del Puerto de Santa Cruz, en los cuales por una particular cédula real era el Cabildo quien designa sus propios castellanos y que por la citada razón, el regidor Francisco Xuárez debería hacer tal gestión cerca del Comandante General.
Fragmento del plano de P. Casola. Se ve el castillo, con la leyenda “Torre por hacer”. 1634
En el plano de la costa portuense levantado en 1634 por el ingeniero Próspero Casola en 1634, ya aparece dibujada la fortaleza en cuestión, y se aprecia que se hallaba en el llamado Puerto Viejo, que como comenté en la crónica anterior, estaba situado frente a la desembocadura del Barranco de San Felipe. Se lee perfectamente en el citado plano, que por encima de la figura del castillo, hay una leyenda escrita que dice “Torre por Hacer”, lo que nos permite asegurar que ya en ese momento estaba prevista su construcción, pero aún no se había realizado.
En la Real Provisión de 1648 en la que Felipe IV da al lugar de La Orotava el título de Villa, con derecho asimismo de nombrar un alcalde pedáneo para el Puerto de la Orotava, se indica que debía ser un “caballero hijodalgo notorio, el cual en el tiempo que allí asistiere ejerza el dicho oficio y tenga a su cargo y por su cuenta y cuidado todas las plataformas, piezas de artillería, municiones y demás pertrechos con que la dicha Villa de La Orotava, caballeros y vecinos de ella, han fortificado y fortifican el dicho Puerto y toda la costa, con todas las demás piezas de artillería que están allí y repartió D. Luis de Córdoba de las del  navío holandés que se las entregó siendo Capitán general de las dichas islas ..”.
Como se aprecia, en la citada Real Provisión no se menciona para nada la existencia del Castillo de San Felipe y ello hace pensar que aún no estaba construido completamente y por esta razón, la fecha más probable del término de su construcción sea la de 1655, momento en el que además existía en todas las Islas Canarias una gran preocupación por su seguridad, motivada por el hecho de que en ese año España estaba en guerra con Inglaterra, lo que trajo consigo que se llevara a cabo la construcción y mejora de las fortificaciones de la isla, razón por la que el Capitán General de aquella época D. Alonso de Dávila y Guzmán, recibió una felicitación del mismo Rey Felipe IV, por su desvelo en cuidar de la fortificación y defensa de la isla.
Conocemos además, la existencia de un recibo firmado por el Capitán Juan González a requerimiento de Juan de Franquis, en el que certifica que en 1655 llevó a cabo “la construcción de la fuerza que se nombra San Felipe y un reducto de 7 piezas que se llama San Josephe”, por mandato de D. Alonso Dávila y Guzmán, lo que está en buen acuerdo con la hipótesis de que el Castillo de San Felipe se terminó de construir en 1665 [6].
En el libro “Discurso y plantas de la Yslas Canarias” [12] editado en el año 1999, se encuentra un plano de la costa portuense realizado por Iñigo López de Mendoza y Salazar en 1669, en el que ya aparece la citada fortificación construida.
Se sabe con certeza que en 1669 el Castillo de San Felipe ya estaba construido porque en el plano de las fortificaciones del Puerto de la Orotava levantado por el ya citado Lope de Mendoza y Salazar, aparece reflejada la torre que la describe en términos muy peyorativos afirmando:”pero el (castillo) está tan mal fundado y de tan mala traza, que si no se levanta y acrecienta no sirve, porque queda más bajo que los navíos. No tiene almacén para municiones, ni alojamiento para los soldados, no otra cosa que tenga ni se le puede dar nombre de castillo” [].
Fragmento de plano de I. López de Mendoza, con la fortaleza de S. Felipe
Existieron asimismo otras piezas de artillería en el entorno del Puerto Viejo aparte de las existentes en el Castillo, de las que nos da cuenta el mencionado Lope de Mendoza y Salazar:”Fuera del castillo y al linde del Puerto Viejo, están cuatro piezas de hierro..”, lo que permite suponer tentativamente que esto sea lo que Juan González describió como un reducto de siete piezas llamado San Josephe.
En el apéndice del ya citado libro Apuntes para la Historia de las Antiguas Fortificaciones de Canarias, se incluye el inventario general, realizado en 1847, de todas las partes que componían el expresado castillo, que a continuación enumero de manera resumida [4].
La entrada principal al castillo se hacía por un puente de madera  y otro puente levadizo, pero sin cadenas ni cuerdas para levantarse. La puerta de entrada es una hoja de madera de tea con abrazaderas de hierro en los extremos, que cierra con fuera con pestillera y por dentro con tranca de madera.
Con el tiempo el puente levadizo se deterioró y fue sustituido por otro que no era levadizo y por eso en la época del inventario se cita que ya carecía de cadenas y cuerdas para levantarse. En la imagen siguiente, tomada después de desartillada el castillo, se muestra la reparación a que este estaba siendo sometido, incluido el puente de entrada que en esta época ya no era levadizo.
Imagen de la reparación del castillo y  del puente levadizo. Años 60. Autor anónimo
           A la derecha de la entrada había una puerta de una hoja que giraba sobre una quicialera de bronce. Se cerraba con cerradura de cerrojo y llave y era la entrada al Cuerpo de Guardia, que tenía un pavimento de callados, con un dormitorio de mampostería. La explanada del castillo se hallaba en bien estado y además había una escalera y una garita, que era nueva.
Explanada del Castillo de San Felipe. Autor anónimo. Cedida por B. Cabo Ramó
También se citan otras dos dependencias llamadas cuadra alta, la galería y la garita. El autor de este inventario fue el Coronel de Ingenieros Luis Muñoz, quien hizo entrega de él al Comandante Militar Miguel Pereyra.
Garita del Castillo de San Felipe. Autor anónimo. Cedida por B. Cabo Ramón
Se hace constar que también tenía un polvorín, situado en el exterior del castillo y muy cercano al cementerio, que aún se conserva. Estaba situado a unos 500 metros de la población y sólo a 40 metros del Castillo, lindando por el norte y oeste con la plazoleta del cementerio católico de San Carlos y al este con una finca que era propiedad de herederos de la Familia Fernández.
                       Perspectiva del Polvorín del Castillo de San Felipe

                                  Planta del Polvorín del Castillo de San Felipe  

Perfil del Almacén de Pólvora del Castillo de San Felipe
           El polvorín tenía una superficie de 616,62 m2, de la que sólo estaba edificada una planta de 136,87 m2 que era un almacén abovedado con un patio de entrada y una explanada alta en la que existía una garita de mampostería a la que se accedía por una escalera de piedra, estando todo el conjunto rodeado de un muro con banqueta que constituía la cerca de su emplazamiento, comprendiendo en ésta el solar que le servía de aislamiento. La planta del almacén destinado a polvorín tenía capacidad para unos 40 quintales de pólvora y a continuación se muestran dos imágenes del exterior del citado polvorín, en la que puede verse su progresivo deterioro.
Aspecto exterior del polvorín. Comienzos siglo XX. Foto M. Baeza Carrillo 

                                Polvorín del Castillo de San Felipe, muy deteriorado.
 Una vez desartillado, el castillo de San Felipe y su polvorín fueron cedidos en usufructo al ayuntamiento del Puerto de la Cruz por orden del Excmo. Sr. Capitán General, el 18 de noviembre de 1907 y el 16 de julio de 1913 se entregó también en usufructo con la autorización de la citada autoridad, al comerciante portuense Antonio Topham, con la obligación de satisfacer un canon de una peseta anual. Por una Real Orden de 24 de enero de 1924 fue declarado inadecuado para las necesidades del ejército, disponiéndose su venta.
        Como ocurría con todos los castillos antiguos, el de San Felipe tenía un castellano que habitualmente era a su vez el alcalde pedáneo del lugar del Puerto de la Orotava. En el libro de Pinto de la Rosa citado anteriormente, aparece una lista parcial de los castellanos del Castillo de San Felipe, que no reproduzco por su extensión, pero creo que merece aunque sólo sea un ligero comentario. La lista comienza en el año 1652 y sigue correlativamente hasta 1674, año en el que no se cita quien era el castellano. A partir de este momento, ya hay notables ausencias en el listado, pues para el periodo comprendido entre 1673 y 1725, faltan 25 castellanos.
          En 1708, siendo cabo o teniente de castellano de San Felipe el Alférez Rodrigo de Vera, presentó al Rey la necesidad que tenía el castillo y su batería de ser reparados, haciendo constar que esta reparación debían correr a cargo del vecindario de la Villa de la Orotava, por competirle el privilegio y la regalía de nombrar Alcalde y Castellano del Castillo de San Felipe, que le fue concedido en 1648, en la época en que fue nombrada Villa y de la que en una próxima crónica me ocuparé. Respondió el Rey desposeyendo a Rodrigo de Vera de su empleo, por estar obligada la Villa de la Orotava y no Su Majestad a ejecutar tales obras, ordenando al Comandante General que por entonces lo era Agustín Robles y Lorenzana a que obligase a la Villa de la Orotava a ejecutar lo que se había obligada a cumplir cuando fue nombrada Villa.
            Poco después se hicieron las operaciones de reconocimiento y tasación y se reunieron 4000 reales, cantidad en se había estimado el coste de la reparación del castillo y su batería, quedando en que las obras se ejecutarían más adelante, pero no se hizo nada.  La situación se fue repitiendo al correr de los años y así siendo Capitán General Juan Mur y Aguirre, éste ordenó cumplir y ejecutar lo mismo, teniendo prestos 12.000 reales para ello, pero la Villa de la Orotava se resistió pretextando carecer de medios y argumentando que no era de su obligación llevar a cabo tales gastos, insinuando que debía ser el Cabildo de Tenerife quien corriese con ese coste.
            Todo siguió igual sin hacerse nada hasta que en 1719, el Comandante General últimamente citado, volvió a instar a la Villa de la Orotava a ejecutar la reparación de las fortificaciones del Puerto de la Orotava, pero tampoco esta vez estuvieron dispuestos a afrontar los gastos que la reparación exigía.  Después de muchos dimes y diretes con las excusas puestas por los habitantes de la vecina Villa de la Orotava,  el Comandante General mandó hacer un informe al Veedor de la Guerra, quien el 21 de diciembre de 1719, concluyó que en los castillos que elegían castellanos las propias ciudades o ayuntamientos, éstos deberían cuidar de sus gastos, mientras que el Rey sólo costeaba aquellos que  eran de su real nominación.
              Finalmente, en el año 1720 Fonseca, Regidor del Cabildo de Tenerife y apoderado de éste en la Corte, logró que el Consejo de Guerra dictase un auto firmado el 22 de enero de 1727, exigiendo a la Villa de la Orotava que cumpliese con sus obligación en relación a las fortificaciones del Puerto de la Orotava, bajo pena caso de no cumplirlo de una multa de 50.000 maravedíes que se destinarían a gastos de guerra.           
             En los párrafos siguientes voy a dedicar algunos comentarios entresacados de los Anales de A. Rixo para tratar de seguir la evolución del castillo de San Felipe a lo largo de los siglos XVIII y XIX. Así, en relación al año 1761, se menciona que el castellano de San Felipe era el capitán Juan Antonio Acevedo que también era Gobernador de las Armas [13] y en 1776 en la misma obra se comenta lo siguiente:”Servía de cuartel el Castillo de San Felipe, en el cual alojaban en esta época una o dos compañías de soldados que venían de Santa Cruz a guarnecer nuestro pueblo” [14].
          En 1799 el comerciante irlandés Diego Barry afincado en nuestra pueblo, donde vivía al comienzo de la calle de Quintana, muy cerca de la parroquia, renunció a su elección como Síndico Personero de nuestro pueblo y para evitar la multa que le podía caer por no ocupar el cargo para el que había sido electo, invirtió 500 pesos en la reedificación del Castillo de San Felipe [15]. Encontramos una nueva cita en los Anales en 1837, en la que se comenta:“Las fortalezas de San Telmo, San Felipe y Santa Bárbara las cuales estaban ruinosas, se estuvieron reedificando en los meses de octubre y noviembre [16].
Álvarez Rixo nos proporciona una interesante observación sobre la presencia militar en nuestro en su comentario del año 1854, pues dice:“El 11 de marzo de 1854 por disposición del Capitán General D. Jaime Ortega se quitó la guarnición miliciana de este Puerto consistente en 36 soldados y un oficial, que lo era por turno don Fulgencio Díaz”[17]
En 1859 volvemos a encontrar una cita en los Anales, esta vez relativa al armamento de las fortificaciones y dice:”Habiéndose determinado por el gobierno poner cañones nuevos en las baterías, quitando los antiguos por inútiles, pasaron las dos piezas de bronce holandesas que había en San Telmo a la de Santa Bárbara y sacar otras de hierro de San Felipe que pusieron sobre el embarcadero. Pero como no viniere el bergantín de guerra por ellas, ni a reponer las nuevas, han quedado las baterías en peor estado”. La cita es muy ilustrativa, pues nos da cuenta de que ya en esa época las baterías que se encontraban en las fortificaciones portuenses estaban totalmente obsoletas y no cumplían la función para la que fueron instaladas [18].
Finalmente, en 1872, Rixo comenta que en noviembre de ese año:“llegaron seis u ocho artilleros de Santa Cruz para desocupar una de nuestras baterías y gratuitamente los alojó en su casa la rica viuda Dª Antonia Dehesa, en recuerdo que su padre también había sido artillero” [19]. Antonia de la Dehesa era por entonces viuda de Francisco García Gutiérrez, propietario que fue de la hermosa casa que al correr de los tiempos fue destinada a hotel, siendo conocida como Hotel Martiánez.
Poco después en el mismo año de 1872, nuestro cronista afirma:“Había público disgusto por anunciarse que nos iban a remitir trescientos deportados peninsulares, ignorándose de qué clase y condición eran. Acaso por esta razón, los artilleros arriba dichos montaron los cañones en el muelle y en San Felipe” [20].
El Castillo de San Felipe fue desartillado por una Real orden de 25 de julio de 1878 y autorizado nuevamente por otra de 29 de julio de 1891, entregándose en usufructo al ayuntamiento portuense para dedicarlos a enfermería y lazareto. Finalmente, por Real orden de 1924 fue declarado inadecuado para las necesidades del ejército disponiéndose su venta.
El Castillo de San Felipe en el siglo XX
Narro en este último apartado las vicisitudes por las que pasó el castillo después de ser desartillado y por consiguiente declarado inútil como fortaleza defensivo, fin primordial para el que fue construido. Una vez que el Ministerio de Defensa hizo tal declaración, el ayuntamiento portuense,  en sesión plenaria celebrada el 11 de mayo de 1891, acordó solicitar del Excmo. Sr. Capitán General, que de conformidad con lo descrito en la Real Orden de 3-X-1887, se dignase conceder al municipio, temporal y gratuitamente, el desartillado Castillo de San Felipe, a fin de instalar una enfermería o lazareto, comprometiéndose a cambio a la conservación del edificio.
En un escrito remitido al ayuntamiento por el Gobernador Civil, el cual en esencia se limitaba a transcribir otro que le había remitido el Capitán General de Canarias y que se recibió en junio de 1891, se manifestaba que era imposible la donación del Castillo de San Felipe al ayuntamiento portuense por oponerse a ello la Real Orden de de 25-I-1858, por cuyo motivo elevaba al Ministerio de la Guerra la instancia cursada, informada favorablemente por S.M. el Rey.
Posteriormente, en la sesión celebrada el 16-VIII-1891 se dio cuenta de otro escrito del Gobierno Civil, en el que a su vez se transcribía otro de Capitanía General, comunicando a la corporación portuense la Real Orden de 29-VII-1891, por la que se cedía a este ayuntamiento dicho Castillo, haciendo constar que a partir de ese momento todos los gastos que se generasen por el uso y el deterioro del inmueble citado, correrían a cargo del municipio portuense, quien además estaba obligado a velar por su mantenimiento y la conservación de los locales. La corporación hizo constar en acta, el agradecimiento al Capitán General por el interés demostrado en la cesión del edificio y autorizó al alcalde para que concurra al simbólico acto de entrega que se celebró el día 3 de septiembre de 1891.
Después de diversas vicisitudes que no comento por no parecerme importantes y no alargar innecesariamente esta crónica, aparecieron viviendo en dicho castillo tres familias que se domiciliaron en dicha fortaleza, por la circunstancia de escasez de viviendas, las cuales fueron desalojadas para reparar a fondo el castillo y destinarlo para recreo del turismo. En tales obras se gastaron 87.924,83 pesetas, reconstruyéndolo y manteniéndolo conservado, con lo que su revalorización fue evidente a partir de las obras municipales.
Me parece interesante resaltar que en el año 1949 fue declarado Monumento Histórico Artístico, lo que conllevaba su conservación dentro de los Bienes del Patrimonio Nacional.
En octubre de 1961, el ayuntamiento portuense, que por entonces estaba presidido por Isidoro Luz Cárpenter como alcalde, se entera de la publicación en la prensa nacional de la subasta pública del Castillo de San Felipe por el precio tipo de 161.840 pesetas, expresando su sorpresa por no haber sido informado, pues el ayuntamiento durante el largo periodo de la concesión, del orden de 70 años, había conservado el citado castillo a su costa y además, señalando que en la subasta se incluía una caseta construida por el ayuntamiento fuera del solar del castillo, para guardar en élla diversos enseres deportivos.
              Castillo de San Felipe, ya remozado . Mediados del siglo XX
El Excmo. Ayuntamiento en pleno, después de una detenida y larga deliberación, acordó por unanimidad solicitar atentamente a la Junta Central de Acuartelamiento la suspensión de la subasta anunciada en los periódicos diarios de Santa Cruz de Tenerife para la venta del Castillo de San Felipe, por considerar debe mantenerse como bien de su dominio como hasta ese momento lo había tenido. Asimismo, se decidió recabar de la Junta Central de Acuartelamiento la venta directa a esta corporación municipal por el tipo  de subasta anunciada, habida cuenta de los gastos de construcción realizados por el ayuntamiento.
            Asimismo, se solicitaba la inclusión del Castillo de San Felipe, en el Catálogo de Protección del Patrimonio Histórico del Puerto de la Cruz, a fin de garantizar que no se podría destinar a ninguna otra actividad, sino para Museo de la Historia del Municipio, por ser el edificio más representativo en esta orden de la ciudad.
        Finalmente, se acordó iniciar el expediente de compra o expropiación para que pasase al patrimonio municipal de nuestra ciudad el citado Castillo de San Felipe y para destinarlo a Museo Histórico Municipal por hallarse dentro de la competencia del municipio, habilitando para ello los créditos necesarios dentro del presupuesto ordinario de la corporación municipal a la mayor urgencia posible en cumplimiento de este acuerdo.
         A pesar de que en un primer momento se había procedido a la subasta adjudicándose la propiedad a Emilio Suárez Fiol, como mejor postor, después de diversas gestiones realizadas por el ayuntamiento, finalmente en un escrito del General Gobernador Militar nº 6.582 de fecha 7-VI-1692, se comunicaba que en virtud de lo resuelto por el Excmo. Sr. Ministro del Ejército según escrito del Subsecretario, de fecha 24-I-1962, se había decidido no acceder a la enajenación del Castillo de San Felipe, manteniéndolo como bien propiedad del Estado.
 En sesión del ayuntamiento portuense celebrada el 25 de febrero de 1963, el alcalde presidente manifestó que en la prensa diaria había leído el anuncio de subasta que publicaba el Gobierno Militar de Santa Cruz de Tenerife de las propiedades que el ramo del ejército poseía en nuestro municipio, concretamente la Batería de Santa Bárbara, la Batería de San Telmo y el antiguo Almacén de Pólvora. Comentó que tanto los terrenos de la antigua Batería de Santa Bárbara como los de la de batería de San Telmo, eran en ese momento vías públicas y que por lo tanto estaban calificados como tales en el Plan de General de Ordenación de la ciudad. Además, el antiguo almacén de pólvora sito en las proximidades del cementerio católico, se halla incluido en el Polígono de Expropiación que está tramitando el Ministerio de la Vivienda. Añadió que, de todos modos, consideraba conveniente que la corporación tomase las mediadas del caso para que estas propiedades pasaran a dominio municipal de una manera definitiva para resolver esta cuestión, previo pago del importe de tasación de los mismos.
           Se acordó facultar al concejal Pedro González de Chaves a fin de que hiciese gestiones ante los órganos anunciantes de la subasta, al objeto de conseguir la adjudicación al ayuntamiento o en su caso, para que esta entidad pudiese presentarse a la subasta para conseguir que las citadas propiedades pasasen a integrar el patrimonio municipal.
 En un pleno posterior del ayuntamiento portuense se dio lectura al escrito recibido del Excmo. Sr. Capitán General nº 4718-O de fecha 9-VI-1964 en el que comunicaba que habiendo quedado desierta la subasta de las propiedades militares denominadas Batería de San Telmo, Almacén de la Pólvora y Santa Bárbara, el Ministerio del Ejército había autorizado la posibilidad de establecer contacto directo con las corporaciones municipales para su venta, por el precio que se determinaba en su anexo y era el siguiente: Batería de San Telmo 2.232.350 Ptas., Batería de Santa Bárbara 440,569 Ptas. y Antiguo Almacén de la Pólvora 998.724 Ptas.
       Se tomó el acuerdo de mostrar el agradecimiento al Excmo. Sr. Capitán General por el ofrecimiento formulado, haciendo constar que las valoraciones estipuladas exceden en mucho el valor real de los inmuebles citados. Acto seguido tomó la palabra el alcalde para manifestar a los concejales presentes que como era público se había anunciado la subasta por la Junta Central de Acuartelamiento del histórico Castillo de San Felipe, cuyo acto tendría lugar según los anuncios publicados en el Gobierno Militar, a las 11 horas del día 25 de julio de 1965. A continuación siguió narrando el conjunto de las gestiones realizadas para que el referido castillo, quizás el único monumento histórico de nuestro municipio, pasara a manos de la ciudad, pero terminó afirmando que sus gestiones no habían dado el resultado apetecido. Después intervinieron varios concejales en el debate que se abrió y finalmente se acordó por unanimidad presentarse a la citada subasta  facultando al alcalde para que en nombre y representación de la ciudad depositase la fianza de 125.000 pesetas y si fuese necesario realizase las pujas convenientes al objeto de que en la subasta se adjudicase dicho castillo al municipio.
En este mismo pleno se acordó asimismo, que de conformidad con las disposiciones vigentes y muy especialmente en lo dispuesto en la Ley de Régimen del Suelo de 18 de mayo de 1956, se instruyese el expediente necesario para que no se pudieran modificar los usos del citado Castillo de San Felipe, ni alterar su configuración exterior ni interior, ya que dicho edificio constituía por su carácter uno de los elementos permanentes de la historia de nuestro municipio y que se publicase así a través de los periódicos de la isla. Finalmente el pleno municipal facultó al alcalde para que suscribiese todos los documentos necesarios a fin de conseguir que el Castillo de San Felipe siguiera pasase a ser propiedad municipal. 
El 2 de agosto de 1965, en una sesión del ayuntamiento portuense se dio lectura de la Capitanía General de Canarias, nº 6514, con registro de entrada de 30 de julio de 1965, notificando a la corporación del ayuntamiento portuense la cesión de la propiedad del citado Castillo de San Felipe y el 27 de septiembre de ese mismo año, el alcalde Felipe Machado del Hoyo, comunicó a los concejales presentes en el pleno que, el día 2 de ese mismo mes, se había adquirido el castillo y que ahora sólo procedía formalizar la escritura de compraventa, para lo cual fue facultado por unanimidad por los asistentes al pleno.
Visita de M. Fraga Iribarne al Castillo de San Felipe. 1964. Autor anónimo
           Los usos a los que  ha sido destinado el Castillo de San Felipe a  lo largo de sus casi cuatro siglos de existencia han sido muy variados, pues como hemos visto en esta crónica, comenzó siendo el más importante baluarte defensivo de la costa portuense durante los siglos XVII y XVII, para decaer y languidecer en esta misión a lo largo del siglo XIX, momento en que fue desartillado y dejó de cumplir su función de defensa.

  Curiosa estampa del Castillo de San Felipe  con espadaña. Autor anónimo
Luego, al correr de los años, sus funciones han sido múltiples y muy variadas, pues ha servido como improvisado lazareto, enfermería, ciudadela donde los más menesterosos se acogieron, depósito y almacén de usos múltiples, restaurante y sociedad de tiro, tanto de tiro al plato como al pichón. Ya en tiempos más modernos, concretamente a finales del pasado siglo fue sometido a una profunda remodelación y desde entonces está cumpliendo una interesante e importan función cultural, pues en sus dependencias se están llevando a cabo charlas y conferencias, exposiciones artísticas (fotografía, pintura, escultura, etc.), presentación de libros, jornada de cuentacuentos, etc.
Merienda y parranda en el Castillo de San Felipe. Autor anónimo. Cedida por B. Cabo Ramón

Vista del Castillo de San  Felipe desde el cementerio. Autor anónimo
Muestro finalmente imágenes del estado actual del espacio cultural Castillo de San Felipe, que después de su total restauración muestra un excelente aspecto tanto en su exterior como en su interior.
                                    Puerta de entrada al Castillo de San Felipe                           
     Explanada y fachada del Castillo de San Felipe. Foto Javier Gómez


BIBLIOGRAFÍA 
[1]   Rumeu de Armas, A. Canarias y el Atlántico. Piraterías y Ataques Navales. Gobierno de Canarias. Ed. Excmo. Cabildos Insulares de Tenerife y Gran Canaria. 1999. Tomo II, p. 215.[2]    Leonardo Torriani fue un ingeniero italiano que sirvió previamente al emperador Rodolfo II, vino invitado a la corte de Felipe II, por entonces Rey de España en calidad de ingeniero militar. En 1587 fue encargado por el rey de visitar todas las fortificaciones canarias y de elaborar un informa sobre el modo de mejorar el sistema defensivo de las islas. En un periodo de casi cinco años visitó todas las islas y elaboró toda una serie de proyectos que nunca se llevaron a cabo a pesar de haberlos enviado a la corte española. Durante su estancia en las islas Torriani escribió en 1588 su obra “Descripción e historia del reino de las Islas Canarias”, obra en la que describe sus principales poblaciones, su historia, aportando además los datos para sus planos y fortificaciones.                      [3]    La culebrina fue una pieza de artillería usada en los siglos XVI y XVII, que se usó tanto para artillar navíos como para fortalezas defensivas.                                                                                [4]    Apuntes para la Historia de las Antiguas Fortificaciones de Canarias. José María Pinto de la Rosa. Ed. Museo Militar de Canarias, Ed. Juan Tous Meliá, 1996.                                                       [5]   En la arquitectura militar se designa como cubelo una torre de planta circular o semicircular, como una función de refuerzo de una muralla.                                                                                     [6]  Papeles del Archivo Zárate-Cólogan. Tabla de recaudos y servicios que D. Juan de Franchi, Familiar del Santo Oficio, su padre y sus abuelos hicieron a S.M. AHPSCT.                                [7]  Canarias y el Atlántico. Piraterçias y Ataque Navales. Gobierno de Canarias. Ed. Excmo. Cabildo Insular de Gran Canaria, Excmo. Cabildo Insular de Tenerife, 1991, Tomo II, p. 215.          [8]   El Inspector General de Guerra, don Alonso Pacheco. Buenaventura Bonnet y Reverón. Revista de Historia Canaria, Tomo 24, Año 31, p. 16-46.                                                                                 [9]  El sacre es una antigua pieza de artillería de un cuarto de culebrina con un peso de 2,3 kilogramos.                                                                                                                                          [10]   La dobla fue una antigua moneda de Castilla.                                                                            [11]    En las obras de fortificación abierta, la gola es la parte posterior que no tiene parapeto, o sea la línea imaginaria que una los extremos de los flancos de una obra defensiva.                                     [12]    Discurso y plantas de las Islas de Canaria. Ed. Cabildo de Gran Canaria, Estudio y edición de Eduardo Aznar Vallejo y Juan M. Bello león. 1999, p. 62.                                                                  [13]    Anales p. 77.                                                                                                                              [14]    Anales p. 97.                                                                                                                        [15]    Anales p. 156.                                                                                                                      [16]    Anales p. 334.                                                                                                                          [17]    Anales p. 407.                                                                                                                      [18]    Anales p. 424.                                                                                                                      [19]    Anales p. 515.                                                                                                                           [20]    Anales p. 516.

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